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re Lectures d'estiu Claude Simon ..... que cada diumenge se n'ofegava un o dos a causa d'un tall de digestió per haver-se precipitat dins l'aigua tot just acabar un àpat copiós molt copiosament regat, i l'espectacle contemplat de lluny presentava a més a més aquella mica de cosa una miqueta misteriosa o fins una miqueta insòlita que ofereix sempre el contrast entre una intensa activitat humana i l'impressionant silenci en què es desenrotlla ja que, a distància, el vent sempre perpendicular a la costa, tant si venia de l'est com si venia de l'oest, s'emportava tots els sorolls, crits, cants, música, de manera que a la mala reputació de l'indret, a la lil.liputenca agitació de què érem testimonis i que aixecava de la mar diamantines crestes d'escuma, s'afegia aquell element quasi angoixant que era la total absència de soroll, amb la bandera tricolor sempre estesa en horizontal per un dels vents dominants i que flotava damunt d'aquella llarga barraca de color de quitrà i pareixia ella mateixa, amb la vora de la banda roja esfilagarsada, l'estendard irreal i clandestí d'una activitats i uns plaers ells mateixos clandestins, com si la línia del tramvia no haguera estat construïda per la Companyia més que per unir aquests dos pols d'atracció popular que eren, d'una part el cinema amb els anuncis cridaners i, d'altra, aquesta "platja mundana" i donant servei a aquelles orgulloses cases de camp que amagaven els seus merlets i les seues torres (i algunes la seua decrepitud- o fins el seu estat d'abandó) darrere de les seues cortines de pins, residències d'estiu de famílies més o menys prósperes (i de vegades ja no gens) però que (per costum o per orgull) en arribar juliol aixecaven ací o allà en la immensa platja unes petites construccions simplement denominades "abrics" però que, construïdes d'una sòlida carcasa de bigues i taulons sobre la qual estenien grosses teles de ratlles de colors en altre temps vius però a poc a poc descolorits per la sal, eren de fet (amb el costat de cara al mar sempre obert) com una sèrie de petits salons on un cert nombre de mares de la rodalia es visitaven regularment i "es reunien", com sol dir-se al "saló" mentre treballaven en alguna labor o vigilaven amb un ull els banys dels xiquets (pgs 34/35) © Claude Simon. El Tramvia. Edicions Bromera, 2002. Tradcc Joan F. Mira Crónicas Marcianas de Ray Bradbury
EL VERANO DEL COHETE Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros. Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la Tierra... (pg 5)
LA ELECCIÓN DE LOS NOMBRES Los antiguos nombres marcianos eran nombres de agua, de aire y de colinas. Nombres de nieves que descendían por los canales de piedra hacia los mares vacíos. Nombres de hechiceros sepultados en ataúdes herméticos y torres y obeliscos. Y los cohetes golpearon como martillos esos nombres, rompieron los mármoles, destruyeron los mojones de arcilla que nombraban a los pueblos antiguos, y levantaron entre los escombros grandes pilones con los nuevos nombres: Pueblo Hierro, Pueblo Acero, Ciudad Aluminio, Aldea Eléctrica, Pueblo Maíz, Villa Cereal, Detroit II, y otros nombres mecánicos, y otros nombres de metales terrestres. Y después de construir y bautizar los pueblos, construyeron y bautizaron los cementerios: colina Verde, pueblo Musgo, colina Bota, y los primeros muertos bajaron a las sepulturas... Y cuando todo estuvo perfectamente catalogado, cuando se eliminó la enfermedad y la incertidumbre, y se inauguraron las ciudades y se suprimió la soledad, los sofisticados llegaron de la Tierra. Llegaron en grupos, de vacaciones, para comprar recuerdos de Marte, sacar fotografías o conocer el ambiente; llegaron para estudiar y aplicar leyes sociológicas; (pg 76) © Ray Bradbury, Crónicas Marcianas,1950. Ediciones Minotauro,1955. Trad. Francisco Abelenda La piel del tambor de Arturo Pérez-Reverte El Instituto para las Obras Exteriores figuraba en el grueso tomo rojo del Anuario Pontificio como una dependencia de la Secretaría de Estado; pero hasta el más bisoño recluta de la Guardia Suiza estaba al tanto de que, durante dos siglos, el Instituto había ejercido como brazo ejecutor del Santo Oficio, y ahora coordinaba todas las actividades secretas de los Servicios de Información del Vaticano.Los miembros de la Curia, maestros en el arte del eufemismo, solían referirse a él como La Mano Izquierda de Dios. Otros se limitaban a llamarlo —nunca en voz alta— Departamento de Asuntos Sucios.— Kommen Sie herein.— Danke.Dejando atrás al centinela, Quart franqueó la vieja Puerta de Bronce para dirigirse a la derecha, anduvo ante los amplios escalones de la Scala Regia, y tras detenerse en la mesa de acreditaciones subió de dos en dos los peldaños de una resonante escalera de mármol a cuyo término, tras la cristalera vigilada por otro centinela, se abría el patio de San Dámaso. Cruzó en diagonal entre la lluvia, observado por más guardias que, cubiertos con capas azules, custodiaban cada puerta del Palacio Apostólico. Ascendiendo por otra corta escalera se detuvo en el penúltimo peldaño, ante una puerta junto a la que había atornillada una discreta placa metálica: Instituto per le Opere Esteriore secarse las gotas de agua del rostro. Después, inclinándose sobre los zapatos, lo utilizó para eliminar los restos de lluvia, hizo con él una pequeña bola y la arrojó en un cenicero de latón que había en el rellano, antes de comprobar el estado de los puños negros de su camisa, estirarse la chaqueta y llamar a la puerta. A diferencia de otros sacerdotes. Lorenzo Quart tenía perfecta conciencia de su debilidad en lo concerniente a virtudes más o menos teologales: la caridad o la compasión, por ejemplo, no eran su fuerte. Tampoco la humildad, a pesar de su naturaleza disciplinada. Adolecía de todo eso, pero no de minuciosidad, o rigor; y ello lo hacía valioso para sus superiores. Como sabían quienes aguardaban tras aquella puerta, el padre Quart era preciso y fiable como una navaja suiza.Había un apagón en el edificio, y la única luz que entraba en el despacho era la claridad grisácea de una ventana abierta a los jardines del Belvedere. Mientras el secretario cerraba la puerta a su espalda, Quart dio cinco pasos después de cruzar el umbral y se detuvo en el centro exacto de la habitación, entre el ambiente familiar de las paredes donde estantes con libros y archivadores de madera ocultaban parte de los mapas pintados al fresco por Antonio Danti bajo el pontificado de Gregorio XIII: el mar Adriático, el Tirreno y el Jónico. Después, ignorando la silueta que se recortaba en el contraluz de la ventana, dirigió una breve inclinación de cabeza al hombre sentado tras una gran mesa cubierta de carpetas con documentos. —Monseñor — pg 8 © Arturo Pérez-Reverte. Edt. Alfaguara, 1995. Peligro Inminente Así comenzó un proceso que, en realidad, ni había comenzado del todo ni terminaría rápidamente, y en el que muchas personas se desplazarían en distintas direcciones desde distintos puntos de partida, para realizar misiones que creían comprender. Estaban en un error, pero eso era mucho mejor. El futuro se presentaba aterrador, y más allá de los límites esperados e ilusorios, las decisiones tomadas esa mañana darían lugar a sucesos que no convenía contemplar Chávez
asintió con toda la seriedad de sus veintitantos años. Las pandillas de su niñez
eran implacables en sus peleas, pero aquello había sido un juego de niños en
comparación con eso. Las de antes eran simbólicas, para saber quién era el
rey de la cuadra. Ahora se disputaban los mercados. Había mucho dinero en
juego, más que suficiente para matar por él. Eso era lo que había
transformado su barrio, de zona de pobreza en zona de combate. Algunos no se
atrevían a salir a la calle por miedo a las drogas y a las armas. Las balas
perdidas entraban por las ventanas, mataban a la gente sentada frente a sus
televisores. Chávez
no tenía la menor noción de cómo habían sido manipulados él y sus
camaradas, incluido el capitán Ramírez. Todos eran soldados que se entrenaban
constantemente para proteger a su país de sus enemigos, productos de un sistema
que absorbía su juventud y entusiasmo para imprimirle una orientación
determinada; que, en premio al esfuerzo, les inculcaba amor propio y realización
personal; que orientaba su energía ilimitada hacia fines precisos y, a cambio
de ello, sólo les pedía lealtad. Puesto que la mayoría de los suboficiales
provienen de las capas más pobres de la sociedad, todos habían aprendido que
el hecho de pertenecer a las minorías étnicas no tenía importancia, porque el
Ejército premiaba la excelencia sin tener en cuenta el color de la piel ni el
acento. Todos ellos conocían de cerca los problemas sociales ocasionados por la
droga y pertenecían a una subcultura que no la admitía: la expulsión de los
drogadictos de las filas militares había sido un proceso doloroso pero eficaz.
Para los que se quedaron en el Ejército, la droga era tabú. Ellos eran los
triunfadores de sus barrios, un ejemplo para los demás. Eran los audaces, los
valientes, los graduados de las calles salvajes para los cuales los obstáculos
eran desafíos a superar y que, por instinto, ayudaban a los demás a superarse.
pg 69 ©Tom Clancy, Posdata sobre las sociedades de control de
Gilles
Deleuze
(Gilles Deleuze: “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian
Ferrer (Comp.) El lenguaje literario, Tº 2, Ed. Nordan, Montevideo,
1991. I.
Historia Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVIII y XIX; estas sociedades alcanzan su apogeo a principios del XX, y proceden a la organización de los grandes espacios de encierro. El individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (“acá ya no estás en tu casa”), después el cuartel (“acá ya no estás en la escuela”), después la fábrica, de tanto en tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia. Es la prisión la que sirve de modelo analógico: la heroína de Europa 51 puede exclamar, cuando ve a unos obreros: “me pareció ver a unos condenados...”. Foucault analizó muy bien el proyecto ideal de los lugares de encierro, particularmente visible en la fábrica: concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe ser superior a la suma de las fuerzas elementales. Pero lo que Foucault también sabía era la brevedad del modelo: sucedía a las sociedades de soberanía, cuyo objetivo y funciones eran muy otros (recaudar más que organizar la producción, decidir la muerte más que administrar la vida); la transición se hizo progresivamente, y Napoleón parecía operar la gran conversión de una sociedad a otra. Pero las disciplinas a su vez sufrirían una crisis, en beneficio de nuevas fuerzas que se irían instalando lentamente, y que se precipitarían tras la segunda guerra mundial: las sociedades disciplinarias eran lo que ya no éramos, lo que dejábamos de ser. “Control” es el nombre que Burroughs propone para designar al nuevo monstruo, y que Foucault reconocía como nuestro futuro próximo. Paul Virilio no deja de analizar las formas ultrarrápidas de control al aire libre, que reemplazan a las viejas disciplinas que operan en la duración de un sistema cerrado. No se trata de invocar las producciones farmacéuticas extraordinarias, las formaciones nucleares, las manipulaciones genéticas, aunque estén destinadas a intervenir en el nuevo proceso. No se trata de preguntar cuál régimen es más duro, o más tolerable, ya que en cada uno de ellos se enfrentan las liberaciones y las servidumbres. Por ejemplo, en la crisis del hospital como lugar de encierro, la sectorización, los hospitales de día, la atención a domicilio pudieron marcar al principio nuevas libertades, pero participan también de mecanismos de control que rivalizan con los más duros encierros. No se trata de temer o de esperar, sino de buscar nuevas armas. Los diferentes internados o espacios de encierro por los cuales pasa el individuo son variables independientes: se supone que uno empieza desde cero cada vez, y el lenguaje común de todos esos lugares existe, pero es analógico. Mientras que los diferentes aparatos de control son variaciones inseparables, que forman un sistema de geometría variable cuyo lenguaje es numérico (lo cual no necesariamente significa binario). Los encierros son moldes, módulos distintos, pero los controles son modulaciones, como un molde autodeformante que cambiaría continuamente, de un momento al otro, o como un tamiz cuya malla cambiaría de un punto al otro. Esto se ve bien en la cuestión de los salarios: la fábrica era un cuerpo que llevaba a sus fuerzas interiores a un punto de equilibrio: lo más alto posible para la producción, lo más bajo posible para los salarios; pero, en una sociedad de control, la empresa ha reemplazado a la fábrica, y la empresa es un alma, un gas. Sin duda la fábrica ya conocía el sistema de primas, pero la empresa se esfuerza más profundamente por imponer una modulación de cada salario, en estados de perpetua metastabilidad que pasan por desafíos, concursos y coloquios extremadamente cómicos. Si los juegos televisados más idiotas tienen tanto éxito es porque expresan adecuadamente la situación de empresa. La fábrica constituía a los individuos en cuerpos, por la doble ventaja del patrón que vigilaba a cada elemento en la masa, y de los sindicatos que movilizaban una masa de resistencia; pero la empresa no cesa de introducir una rivalidad inexplicable como sana emulación, excelente motivación que opone a los individuos entre ellos y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo. El principio modular del “salario al mérito” no ha dejado de tentar a la propia educación nacional: en efecto, así como la empresa reemplaza a la fábrica, la formación permanente tiende a reemplazar a la escuela, y la evaluación continua al examen. Lo cual constituye el medio más seguro para librar la escuela a la empresa.
En las
sociedades de disciplina siempre se estaba empezando de nuevo (de la escuela al
cuartel, del cuartel a la fábrica), mientras que en las sociedades de control
nunca se termina nada: la empresa, la formación, el servicio son los estados
metastables y coexistentes de una misma modulación, como un deformador
universal. Kafka, que se instalaba ya en la bisagra entre ambos tipos de
sociedad, describió en El Proceso las formas jurídicas más temibles:
el sobreseimiento aparente de las sociedades disciplinarias (entre dos
encierros), la moratoria ilimitada de las sociedades de control (en
variación continua), son dos modos de vida jurídica muy diferentes, y si
nuestro derecho está dubitativo, en su propia crisis, es porque estamos dejando
uno de ellos para entrar en el otro. Las sociedades disciplinarias tienen dos
polos: la firma, que indica el individuo, y el número de matrícula, que
indica su posición en una masa. Porque las disciplinas nunca vieron
incompatibilidad entre ambos, y porque el poder es al mismo tiempo masificador e
individualizador, es decir que constituye en cuerpo a aquellos sobre los que se
ejerce, y moldea la individualidad de cada miembro del cuerpo (Foucault veía el
origen de esa doble preocupación en el poder pastoral del sacerdote -el rebaño
y cada uno de los animales- pero el poder civil se haría, a su vez,
“pastor” laico, con otros medios). En las sociedades de control, por el
contrario, lo esencial no es ya una firma ni un número, sino una cifra: la
cifra es una contraseña, mientras que las sociedades disciplinarias son
reglamentadas por consignas (tanto desde el punto de vista de la
integración como desde el de la resistencia). El lenguaje numérico del control
está hecho de cifras, que marcan el acceso a la información, o el rechazo. Ya
no nos encontramos ante el par masa-individuo. Los individuos se han convertido
en “dividuos”, y las masas, en muestras, datos, mercados o bancos.
Tal vez sea el dinero lo que mejor expresa la diferencia entre las dos
sociedades, puesto que la disciplina siempre se remitió a monedas moldeadas que
encerraban oro como número patrón, mientras que el control refiere a
intercambios flotantes, modulaciones que hacen intervenir como cifra un
porcentaje de diferentes monedas de muestra. El viejo topo monetario es el
animal de los lugares de encierro, pero la serpiente es el de las sociedades de
control. Hemos pasado de un animal a otro, del topo a la serpiente, en el régimen
en el que vivimos, pero también en nuestra forma de vivir y en nuestras
relaciones con los demás. El hombre de las disciplinas era un productor
discontinuo de energía, pero el hombre del control es más bien ondulatorio, en
órbita sobre un haz continuo. Por todas partes, el surf ha reemplazado a los
viejos deportes. Es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de máquinas, no porque las máquinas sean determinantes sino porque expresan las formas sociales capaces de crearlas y utilizarlas. Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; pero las sociedades disciplinarias recientes se equipaban con máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la introducción de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del capitalismo. Una mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el capitalismo del siglo XIX es de concentración, para la producción, y de propiedad. Erige pues la fábrica en lugar de encierro, siendo el capitalista el dueño de los medios de producción, pero también eventualmente propietario de otros lugares concebidos por analogía (la casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado ya por especialización, ya por colonización, ya por baja de los costos de producción. Pero, en la situación actual, el capitalismo ya no se basa en la producción, que relega frecuentemente a la periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del textil, la metalurgia o el petróleo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias primas y vende productos terminados: compra productos terminados o monta piezas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones. Ya no es un capitalismo para la producción, sino para el producto, es decir para la venta y para el mercado. Así, es esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la empresa. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son lugares analógicos distintos que convergen hacia un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que sólo tiene administradores. Incluso el arte ha abandonado los lugares cerrados para entrar en los circuitos abiertos de la banca. Las conquistas de mercado se hacen por temas de control y no ya por formación de disciplina, por fijación de cotizaciones más aún que por baja de costos, por transformación del producto más que por especialización de producción. El servicio de venta se ha convertido en el centro o el “alma” de la empresa. Se nos enseña que las empresas tienen un alma, lo cual es sin duda la noticia más terrorífica del mundo. El marketing es ahora el instrumento del control social, y forma la raza impúdica de nuestros amos. El control es a corto plazo y de rotación rápida, pero también continuo e ilimitado, mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado. Es cierto que el capitalismo ha guardado como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro: el control no sólo tendrá que enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino también con las explosiones de villas-miseria y guetos. III.
Programa Traducción:
Martín Caparrós ©Gilles
Deleuze: “Posdata sobre las sociedades de control”, en
Christian
Ferrer (Comp.) El lenguaje literario, Tº 2, Ed. Nordan, Montevideo,
1991. |
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